Relato corto

Escribir tu vida, al final de la historia.

Voy a contaros una pequeña e insignificante historia sobre mi vida y la injusticia que he sufrido por este sistema de hipócritas bastardos. Me llamo Tom. Tom Lader Finch y soy inocente. No queda mucho para que vengan a por mí, así que escribiré rápido. Si alguien encontrara estos folios amarillentos y arrugados por la humedad, este esfuerzo de última hora no habrá sido en vano, porque a pesar del tiempo que haya transcurrido hasta entonces, de hecho, habré mantenido con alguien una última conversación.

Me encuentro esperando en una celda especial. Solo hay una pequeña luz que ilumina la habitación. Aguardo que se cumpla en mi la sentencia de pena capital a la que he sido condenado en el Tribunal de Justicia (o de injusticia) por haber asesinado (o no) a Clara Luna.

Todas las pruebas están en mi contra. La sociedad revestida de togas negras ha estimado que debo ser eliminado y soy consciente de mi realidad.

1.

Cuando era niño sentía mucho desprecio y rabia hacia las personas que supuestamente me querían, es decir, mi madre, una cornuda, mi padre, un borracho y mis hermanos, demasiado serios y cumplidores en comparación conmigo. Los odiaba tanto como ellos a mí. Yo era la oveja negra de la familia y no voy a mentirte, me gustaba la sensación. Mamá, el poco tiempo que pasaba conmigo era para compararme con mi hermano mayor y para decirme lo poco que me parecía a él.
Tuve una infancia muy dura. Reñía con mis hermanos a todas horas. Eran imbéciles, se metían conmigo y yo intentando defenderme provoque alguna que otra lesión. A los ojos de mis padres yo siempre tenía la culpa y ellos eran los ángeles caídos del cielo.
Mi padre no conocía otro castigo que la bicicleta, algo que fue siendo cada vez más patético con el paso de los años.
No había día que no se escuchasen gritos y discusiones en la casa. Era aterrador ver a mi madre enfadada. Pero cuando no era mi madre, era mi padre, aunque si estaba borracho le daba todo igual y lo normal era que estuviera borracho. Si estaba en casa quería salir pronto a la calle, si estaba en el colegio deseaba huir también a la calle. No estaba a gusto en ninguna parte, salvo, en la calle. Como vivíamos en un barrio de las afueras, la calle era mi territorio porque en ella me sentía redimido, sin control, sin censuras de comportamiento. En suma, libre.

Todas las mañanas a las ocho y veinte, Pedro me recogía de casa para ir al colegio. Llamaba a la puerta, yo salía y mientras andábamos íbamos jugando, hablando o metiéndonos con la gente. Era muy divertido. Pedro era mi vecino y compañero de clase. Me caía bien porque era muy raro y despreocupado. No le importaban mucho las clases y era el primer niño al que había visto fumar.

El colegio donde estudiábamos era un antiguo monasterio de la ciudad, reconstruido y comprado por unos curas. Religión era la asignatura más pesada, yo nunca llegaba a entender nada, por otra parte era imposible suspender sus exámenes. Todo parecía una gran mentira, era difícil creer la mitad de las palabras que leía en los libros. No me gustaba, lo tenía todo tan cercano que lo repelía sin consciencia. Siempre pensé que los mismos que impartían la clase de matemáticas eran los que se la cascaban pensando en nuestras compañeras de clase a las cuales "confesaban”. Yo nunca iba a confesar. Dios nunca me dijo nada y nunca me ayudó, así que acabé por odiarlo también. 

2.

Con el paso de los años acabé confundiendo la realidad con mi realidad. Siendo todavía un muchacho y al tiempo que continuaba mis estudios, construí una burbuja invisible que me sirviera de defensa ante todo lo que pudiera joderme. Ya no trataba con nadie mis problemas. Ciertos acontecimientos se quedaron tatuados en mi interior, algunos muy siniestros, pero eso es otra historia… La indiferencia y el odio hacia mi familia seguían presentes pero ya no los demostraba, se quedaban de mi burbuja, ya no los encajaba. Sencillamente adopte dos caras, la real y cansada del mundo y la falsa y alegre de haber tenido un buen día. Por si solo mi cuerpo creó una coraza que no atravesaba nadie y a las primeras chicas le gustaba. Vivía en mi mundo: los libros me ayudaban a no aburrirme en la burbuja y las chicas a no aburrirme en el instituto. 

3.

Un día cuando Pedro llegó por la mañana a recogerme, me propuso un plan irresistible, «Vamos al parque, las chicas también van a fugarse» me dijo. Yo afirme enseguida y así fue como me pasó la mano por encima del hombro y Pedro me invitó al que fue el primer cigarrillo.

Cuando llegamos al parque Celia, Clara y Aurora estaban sentadas en un banco. Fumaban y bebían una botella de vino. Llegamos y nos sentamos con ellas. Pedro sacó de la mochila otra botella de vino y empezamos todos a reírnos, a contarnos cosas, a fumar y a beber. Clara me miraba y yo la miraba. Sabíamos perfectamente que nos estábamos mirando el uno al otro. Jugamos a la botella, en la primera ronda tiraba ella y el cuello de la botella apuntó a mí, nos besamos, mi primer beso, fue…raro. Todo eso me dio para pensar durante algunos días.

El instituto llamo a mi madre. Nos habían pillado. Me llevé una buena bronca, pero había disfrutado del día. Algo extraño en mí. Aquella noche hablé por el chat con Clara. Mantuvimos una conversación de tres horas, hablando del instituto, de las zorras que se metían con ella y de su padre. Un hijo de puta, fue mi reflexión final sobre él. Al final, quedamos para el día siguiente después de clase. Me alegraba hablar con ella. Era cierto que me gustaba.

Por la mañana, desperté de humor. Fui al instituto y las horas pasaron como años. Pero al final sonó la campana. La estuve esperando durante una hora en el banco que había justo en frente de la verja que rodeaba el edificio, pero no apareció.

 Mi madre asustada por no llegar a mi hora después de clase, me cogió de la pechera al entrar por la puerta y me sentó en el sofá.
Tenemos que hablar me dijo.
- No puedes seguir así. Ni tú, ni nosotros. Estamos preocupados. Quiero que vayas a hablar con una amiga. Se llama Sofía. Te he acordado una cita para mañana por la tarde.
- ¿Un psicólogo? Ni de coña. Le contesté gritando.
- No es un psicólogo, es una persona que puede ayudarte. Dijo en tono calmado.
- Antes prefiero morirme a tener que aguantar como alguien se saca los billetes con mis problemas y los de mi familia. Es una loquera, no intentes engañarme mamá.

Después subí a mi habitación y pegué un portazo. Siempre había odiado a los médicos y sus derivados. No quería saber nada de ellos ni de sus discursos de ayuda pero aún así mi madre seguía insistiendo casi todos los días en que debía hablar con su amiga Sofía. Así que, por la fuerza, acabe viendo a Sofía.

4.

Mientras tanto, le había enviado tres mensajes a Clara sin hallar respuesta. En uno de ellos le conté la historia de la tal Sofía y como me había ido. También le pregunte por ella, por qué no había ido al instituto desde aquel día que nos pillaron, pero mis preguntas quedaron en el aire. Era todo muy extraño. No solían pasar tantos días sin conectarse.

Después de la primera sesión con la tal Sofía, me vi, una vez más, obligado a ir por segunda vez. Resulta que la tal Sofía era una idiota frustrada por su peso y con falta de sexo, que se vino abajo en la segunda contestación malintencionada que le di. Era un poco capullo, lo sé. Como ella no pudo curarme de todos mis males, mi madre se empeño a ir a otro doctor, del que ni recuerdo su nombre. Tras la doble experiencia, me negué a volver y como mis padres no andaban muy bien de dinero por aquel entonces, ellos también dejaron de insistir.

Un mes más tarde, por la noche, vi un correo de Clara. Era muy extraño. Me contaba que las cosas no iban bien, que quería verme para despedirse de mí, que tenía que largarse antes de que las cosas fueran a peor. Quedó conmigo a las 00:30 de aquella noche enfrente de su casa. Eran las 00:00, tenía tiempo para llegar. Me dijo que al terminar de leer el mensaje lo borrara, y así lo hice.

A las 00:15, cogí la motocicleta de mi hermano que estaba en el garaje y me acerque a su casa. Tenía terminantemente prohibido usarla, ya que no tenía carnet, pero mis padres estaban durmiendo y mi hermano de viaje, asique la cogí y me fui a ver a Clara.

Estaba enfrente de su casa, apagué la luz, apagué la moto y me quite el casco para sentarme en un trozo de rodapiés de la acera de enfrente. Eran las 00:20 y no había movimiento en la casa. Se hicieron las 00:30, las 00:45, la 01:00 y nadie salía. Cogí el teléfono y la llamé. Apagado o fuera de cobertura, lo típico.
¿Dónde cojones se había metido? Estaba harto de plantones, así que me largué a casa.

Cuando llegué tenía un mensaje suyo en mi móvil: Lo siento, adiós. Cuando lo leí me cabree muchísimo. Me había abandonado. Lloré, lo recuerdo bien…pero la olvidé rápido.

5.

A partir de los veintidós años las cosas cambiaron mucho. La barba me creció lo suficiente para dejármela y me gustaba porque me hacía sentir más mayor. Mi madre la odiaba, decía que me hacía parecer viejo y sucio. Mi cuerpo se había desarrollado bastante bien y yo intentaba mantenerme en forma diariamente. Cogía la bicicleta y me recorría la ciudad de arriba abajo, subía al campo, visitaba a Pedro…

Encontré un piso a las afueras de la ciudad y me fui de casa. Cuando cogí las maletas para salir por la puerta y no volver jamás, mi madre lloraba mucho, algo que en parte me tocó la fibra sensible; mi padre ni siquiera estaba para decirme adiós.

Yo seguía siendo una persona frívola y solitaria pero  aunque parezca paradójico, al vivir solo y no tener contacto con nadie, me gustaba hablar con la gente y conocer mujeres que podían acabar en mi cama. Veía a Pedro de uvas a peras y al contrario que yo, con la edad, él había empeorado. Nunca me volví a tomar nada en serio con una mujer después de lo de Clara, todo se resumía a sexo. Era lo que yo buscaba en ellas y lo que ellas querían obtener de mí, así que no me complicaba. No quería una mujer en mi vida al igual que no quería un loquero. Son algo parecido.


6.

A los dos años de vivir solo. Recibí un correo de Clara. Decía que había venido a la ciudad y quería verme. Le indiqué mi dirección y la hora a la que salía de currar para que se pasara a tomar una cerveza. Cuando llegué a la puerta, estaba allí, más guapa que nunca y más mujer que la última vez que la vi. La invité a pasar y le ofrecí una cerveza que no rechazó. Nos sentamos en el sofá y mientras me encendía un cigarrillo ella empezó a disculparse por aquella vez, hace ya sus años, cuando me dejó tirado delante de su casa.
Le corté rápido. Y dije:
- Clara no has venido a disculparte, creo. ¿Qué quieres?
- He venido a la ciudad un par de días y quería verte saber de ti. No se si te volveré a ver.
No sé cómo ocurrió pero seguidamente se calló y me besó. Y me siguió besando. Al instante reaccioné. La agarré de los hombros con suficiente presión y la tiré al suelo. Le rompí como un animal los botones de la camisa y me abalanzé sobre sus tetas. Ella gemía, estaba irreconocible. Llevaba una faldita corta negra, abrí la cremallera y la subí hasta arriba. Respiraba muy fuerte, le quité las braguitas y metí mi cabeza entre sus largas piernas. Tenía los ojos cerrados hasta entonces, pero los abrió y loca de placer nombraba a Dios. La besé entera, sin pudor y sin ternura.  Movía mucho las piernas por el placer que sentía, pero yo las agarraba con fuerza y así tuvo el primer orgasmo. Se puso a mi lado y se quitó la ropa muy rápido, en ese momento, allí acostada boca arriba, me pareció la mujer más hermosa que había visto desnuda. Se incorporó y se arrodilló. Me dejó en blanco, le agarré el pelo con una mano y después estuvimos haciéndolo toda la noche. Sentí su fuerza sin ternura, sin miedos, oía el ruido de su corazón agitado y el mío al mismo compás. Se corrió otra vez y luego fui yo.

Dormimos toda la noche y a la mañana siguiente se había ido. Tenía un papel encima de la mesa que decía:

Vendrán a preguntarte por mí. Niégalo todo y espera mi llamada en dos semanas. Será mejor que no sepas más. Por tu seguridad. Para mí, ha sido especial. Gracias.

Clara.

Al principio me asusté con sus palabras, pero no hice nada. Todo iba mal y los días pasaban rápido. Mi jefe me despidió por llegar tarde varios días. Pasaron los meses y yo seguía sin tener un duro. No había recibido ninguna llamada de Clara, pero tampoco la esperaba. Todo había sido demasiado raro.

7.

Hubo días que no me alcanzaba para comer y la señora Marrie, a la que alquilaba el piso, estuvo a punto de echarme en dos ocasiones; pero le daba pena.  Un día, cuando fui a comprarle algo de marihuana a José,  mi vida dio un giro de trescientos sesenta grados. Él me dijo de hacernos socios, se había quedado solo y necesitaba ayuda con el negocio de la coca. Yo acepté sin oscilación. No encontraba curro y conocía a José desde hacía diez años, así que aunque no tuviera plena confianza en él y sus chanchullos, me fié. Yo sabía de matemáticas y contabilidad y él tenía los contactos, necesitaba que alguien manejara el dinero y obtuviera grandes beneficios, así que empezamos a trabajar y hacer negocios.

Un día me contó como se había iniciado en este tema. Empezó como un pequeño camello, pero poco a poco fue llamando la atención entre las bandas por el éxito de sus operaciones, las cuales eran cada vez más grandes. Hacía 6 años, Gordo, el jefe que controlaba el norte de la ciudad, lo reclutó como segundo de abordo. En un momento determinado tuvieron una gran discusión sobre la organización de la banda, Gordo confiaba demasiado en uno de sus socios y no aceptó las contraindicaciones de José, motivo por el cual pactaron una dudosa separación. Aunque esa separación era aparentemente amistosa, desde entonces, José siempre tuvo el miedo a una revancha, porque de hecho se había convertido en un competidor.

José y yo nos convertimos en hermanos, casi. Nos mudamos a un piso juntos, y dejamos el mío como “piso franco”. Sin embargo lo seguía utilizando como zona de trabajo y conservaba en él los libros de contabilidad y nuestros planes de actuación. Fue entonces cuando me regaló una USI 9 mm, diciéndome que era el arma que empleaban la banda del norte y que si teníamos que usarlas, nuestro éxito dependería de disparar más y antes. De todos modos, nunca me gustaron las pistolas y pensé que sólo tendría que acordarme de ella en un momento extremo, por eso la limpié y la guardé en el cajón de mi mesa de trabajo.

La vida se resumía en droga, mujeres, ron y dinero. Lo que no estaba nada mal. Las noches se volvían borrosas a partir de la quinta copa pero no pasaba hambre, ni me faltaba el dinero, y eso se había convertido en mi prioridad. Muchas mañanas despertaba en camas de mujeres con las que había pasado la noche. Era fantástico. El sexo es fantástico y más aún si se practica sin compromiso. Olvidé completamente la historia con Clara. Pensaba que tenía el mundo a mis pies. Follaba cuando quería, fumaba y bebía con frecuencia y pasaba algo de cocaína para mover el dinero. Todo era iba de maravilla y por primera vez en mi vida no me sentía ausente, me sentía vivo.

En el mundo de las drogas comienzas consumiendo pero acabas consumiéndote.  Cuando entré en la cárcel sabía reconocer la más pura solo con mirarla. Y así fue, seis meses trabajando con José y el siguiente, al trullo. Un día cualquiera de la semana, mientras hacíamos las cuentas para nuestros proveedores entró la policía secreta, armada hasta los dientes. Nos pusieron los grilletes, primero a José, que no se resistió. Yo intenté huir pero el guardia me dio un puñetazo que me dejó en el suelo casi inconsciente, después me puso las esposas y preguntó:

- ¿Qué pasó con Clara Luna?
Se me abrieron los ojos a pesar de que llevaría una ceja partida y contesté sereno:
- No tengo ni idea de quién me hablas. No la conozco.
Me cogió por el cuello fuertemente y me susurró al oído.
- No firmes tu muerte muchacho. Sabemos perfectamente que estuviste con ella estos últimos días. Serás acusado de secuestro, homicidio y tráfico de sustancias ilícitas.
- ¿¿¿¿¿SECUESTRO????? ¿¿¿¿¿HOMICIDIO?????? Perdone, se está equivocando…
- Está acusado por el secuestro y asesinato de Clara Luna y por tráfico de drogas junto a su amigo José de la Torre. Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga será utilizada en su contra. Tiene derecho a llamar a un abogado, si no tiene para pagarlo, el Estado le proporcionará uno.

Seguidamente me metieron en el coche y ni siquiera pude prestar declaración esa noche. Unos guardias rellenaron unas fichas y estuve dos noches en el calabozo. La primera noche fue muy fría, nunca había dormido en un sitio tan húmedo y repugnante. No me creía que Clara estuviera muerta y menos que me estuvieran acusando a mí de su muerte. Lloré en silencio antes de acostarme. Me acordé de mi familia  y del polvazo que eché con Clara. Fue una mala noche, recuerdo las pesadillas.
A la mañana siguiente me hicieron todo tipo de preguntas. Yo lo negaba todo, como ella me dijo. El arma que habían usado para su muerte, era igual que la que José me había regalado hacía seis meses, cuando empezamos a ser socios. No tenía huellas pero todo indicaba que era mi arma. Por la mañana, me sacaron de la celda y me dejaron veinte minutos esperando en una habitación con las manos esposadas. De repente se abrió la puerta y entró un policía que al parecer tenía un alto cargo, volvió a interrogarme sin éxito y después me trasladaron hasta el Tribunal de Justicia.
Una vez allí, el juicio se resolvió rápido.
- Voy a leerle su sentencia señor Tom –dijo el juez–. Dice así: Para resolver en definitiva las constancias que integran la causa penal 188/2010, instruida en contra de Tom Lader Finch por sus probadas responsabilidad en la comisión del delito SECUESTRO REALIZADO, en perjuicio de la libertad personal de Clara Luna; así como por sus probadas responsabilidad en la comisión del delito HOMICIDIO COMETIDO CON VENTAJA, en contra de quien en vida llevó por nombre Clara Luna. Con fecha 24  de Julio de 2010 , se sujetó al  acusado Tom Lader Finch, a término constitucional al recepcionarse sus declaraciones preparatorias. La base constitucional del proceso quedó fincada al decretarse AUTO DE FORMAL PRISION a Tom Lader Finch, por considerarlo responsables y culpable del delito de SECUESTRO y HOMICIDIO COMETIDO a Clara Luna. Los hechos se desarrollan la noche del 13 de marzo del 2010. Disparó con una Usi 9 mm que llevaba encima. En consecuencia este Tribunal le impone la pena capital, que se cumplirá en la prisión departamental en el término de tres meses. El condenado será conducido a la celda especial a partir de este momento, donde esperará el cumplimiento efectivo de esta sentencia. Así lo mandamos en cumplimiento de las leyes penales del Estado. Los magistrados vocales.

- Soy inocente. Soy un hombre inocente –grité entre lágrimas-.
8.

Pedro, que había oído mi condena a muerte por el barrio, corrió a verme a prisión. Estuvimos hablando a través del teléfono un largo tiempo, se lo expliqué todo y él se decidió a ayudarme. Había estudiado derecho en una buena universidad y me prometió revisar mi caso en privado para intentar conseguir que se reabriera mi caso, y en definitiva, hacer justicia. El me conocía, sabía que yo no había podido matar a Clara, ni loco, ni borracho, ni enconcado.
Pasó un mes, que pareció un suspiro. Se me escapaba el tiempo y Pedro no había dado señales de vida. Días más tarde me sacaron de la celda, tenía una visita. Era Pedro, su rostro parecía alarmado por la situación.
- Tom, te han hecho una encerrona y sé quien ha sido. Se trata de un ajuste de cuentas. Clara se había hecho policía especial del departamento de armas y contrabando, se infiltró en la banda de Enrique Gordo, los que controlan la zona del norte de la ciudad. Parece ser, que ella tenía casi descubierto el pastel cuando se la cargaron. Se iba a hacer una gran venta y estaba a punto de descubrirlos. Creo que ella se dio cuenta de que algo iba mal el día que fue a verte. ¿Qué te dijo por entonces?
- No me contó nada, solo follamos. No me creo que esto me este pasando a mí… ¿Qué pruebas tienes? ¿Y el arma?
- Mira Tom, te lo tienes que tomar con calma…
- ¡¡¡CÓMO COJONES ME LO VOY A TOMAR CON CALMA!!! –grité por el teléfono-. Me quedan días y aquí dentro no puedo hacer nada por salvarme.
- A ver Tom, relájate, que el guardia no para de mirarnos. Creo que hay suficientes documentos en el ordenador de Clara que podrían delatar a Enrique Gordo. El proceso ahora es el siguiente. Yo me encargo de conseguir pruebas suficientes. Se pide una orden de registro y si se encuentra la USI 9 mm de Enrique, se reabrirá el caso, lo cual nos da un margen de tiempo, sobre todo a ti.
- Pff…espero que esto acabe rápido amigo. La cárcel es el peor sitio donde he estado. No se respira un halo de esperanza.

9.

Era otro día más que me aproximaba a la fecha definitiva.  Estaba inquieto, no había dormido nada. No sabía nada de Pedro desde hacía días y la angustia me estaba consumiendo. De repente, oí pasos cerca, se aproximaban por el pasillo a mi puerta y pensé ¿encontrará alguien las líneas que había escrito? ¿Habría dejado suficientemente nítido mi confesión de inocencia y los maravillosos recuerdos de clara? El repaso vertiginoso de mi vida me produjo una enorme tristeza. ¿Todo para qué? ¿Para acabar así? Me vi aplastado por la absoluta certeza de que era imposible volver a empezar. Volver a vivir cuando iba a dejar de hacerlo.
¡Ya está! Era la hora en que solían conducirte a la habitación de la muerte, mi corazón latía muy rápido y oí como las llaves entraba en el cerrojo y el pomo se giraba. Se abrió la puerta. No era el pastor, ni el médico, ni el jefe de los guardias. Era el Director de la prisión y… Pedro. Me quede atónito. No entendía nada. Yo esperaba a la muerte y pregunté ¿Qué ocurre?
En ese momento, Pedro corrió hacia mí, me abrazó y con voz entrecortada y el pulso acelerado me dijo:
- Está todo resuelto. Se han encontrado pruebas definitivas que inculpan a Gordo como el asesino de Clara. El magistrado ha suspendido tu sentencia.
Yo no puede decir nada. Me eché a llorar. Y entonces de forma solemne, el director añadió:
- Es usted libre, puede marcharse con su abogado.
Mientras salíamos de la celda pensé: ¿Cómo es posible pasar en unos minutos de la agonía de la muerte a una nueva vida?
Empezamos a recorrer el pasillo que me llevaría a la libertad y entonces Pedro, con el tono amistoso y jovial que recordaba de nuestros años de comunes travesuras, añadió: Y ahora Tom, tendremos que portarnos bien.
Mirándole a los ojos le contesté:
- Tendrás que enseñarme, amigo.

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